Esta mañana, al realizar una entrevista sobre videovigilancia para el programa Punto de Fuga de la Cadena Ser, he recordado un artículo que leí hace tiempo de Dixon, Levine & McAuley sobre alcohol, videovigilancia y espacio público en Lancaster (UK).
La pieza es muy recomendable porque es de los pocos trabajos que explora las consecuencias psicológicas de la videovigilancia, en el contexto en este caso de la economía nocturna ligada al ocio. Un par de los datos que apunta son interesantes:
- Por una parte, en relación con la videovigilancia y la inclusión social, la investigación descubrió que aquellas personas que mejor valoraban las cámaras (por sus efectos sobre la delincuencia y el sentimiento de inseguridad) y menos importancia daban a su potencial restricción de derechos individuales, eran también las que más de acuerdo estaban con la idea de que a ciertas personas no debería permitirles el acceso al espacio público (en oposición a aquellas que creían que la diversidad de usuarios era un valor positivo).
- Por otra, relacionando videovigilancia y responsabilidad social, el estudio quiso ver hasta qué punto la presencia de cámaras podía influir sobre los sentimientos de responsabilidad social de ciudadanos y ciudadanas –es decir, en su predisposición a no pasar de largo. Un 76% de los entrevistados afirmó sentir que tenía, en general, la responsabilidad de ayudar a los demás, y un 87% aseguró que intervendrían si alguien lo necesitara. Sin embargo, al preguntarles si creían que sus conciudadanos harían lo mismo por ellos, sólo un 49% respondió afirmativamente. Lo preocupante es que un 30% de las personas entrevistadas dijo que la presencia de cámaras hacía que su intervención fuera menos necesaria, y un 26% afirmó que la videovigilancia reducía la necesidad de preocuparse por lo que les ocurre a los demás.
Como comentan los autores, los datos pueden interpretarse de muchas formas y algunas de las relaciones no son lo suficientemente robustas como para sacar conclusiones, pero que más de un 25% de la gente utilice la presencia de cámaras como argumento para justificar el pasar de largo es no sólo preocupante, sino también revelador.
Si la videovigilancia es la opción de los que quieren que por la calle sólo se paseen Barbies y Kens, y hace que casi tres de cada diez personas se escuden en las cámaras para justificar su incivismo, como mínimo que cambien los cartelitos: ‘Sonría, es por su propia inseguridad’.
FUENTE: blogs.publico.es