La palabra “síndrome” alude a un conjunto de síntomas, de signos o señales que caracterizan una enfermedad o un trastorno físico o mental. Apropiada alusión para lo que sucede nuevamente en la región del Polochic, territorio históricamente ultrajado y saqueado. Actores idénticos reciclados en el tiempo, motivos similares de pillaje, obscenas complicidades entre el poder económico y el político, todo apunta a un Polochic constituido, otra vez, en el símbolo del despojo.
El peor pecado del Polochic es ser un poderoso imán para inversiones megamillonarias. El triángulo identificado por los inversionistas (para llamarlos de la manera más inocente posible) tiene en una punta el Río Cahabón, en la otra el Lago de Izabal, en El Estor, y en la tercera, Panzós, por donde pasa el río Polochic. Parece que, según estos señores, en ese fértil valle solo hay lugar para la palma africana, la caña y el hule, no para la gente. Hasta el ganado está más protegido que los seres humanos. Y es justamente este modelo voraz, del que tenemos suficientes pruebas, lo que molesta, no la inversión misma.
Basta recordar la explotación de indígenas en ese territorio por siglos, a manos de terratenientes extranjeros y nacionales, o la masacre de Panzós, en 1978, y hacer un mapeo de actores, subjetividades, sectores, mecanismos de represión, discursos oficiales y relaciones de poder, para confirmar lo del síndrome Polochic. Todo se ha desarrollado con total impunidad, a la sombra de un Estado cómplice, de gobiernos vendidos y de fuerzas de seguridad que sólo ofrecen verdadera seguridad a los patrones del país. ¿Estamos hablando, otra vez, de terrorismo de Estado, de estructuras criminales históricamente enraizadas, de un legado de Capitanía General que no nos quitamos de encima?
En nombre de la sacrosanta propiedad privada, se volvió a arrasar la tierra en el Polochic, y a despojar a comunidades enteras que llevan diez años pidiendo tierras por vías legítimas, sin que ningún gobierno responda a sus demandas. Parece que a las elites del capital les asiste el “derecho consuetudinario” del despojo, que les permite destruir el hábitat de otros, sin explicarle nada a nadie. Lo más perverso de todo esto es que se desalojó por la fuerza a los campesinos sin tener siquiera la certeza jurídica sobre la propiedad de la tierra donde ocurrieron los hechos. Cuentan que ni el mismo registrador de la propiedad pudo decir con certeza que la tierra era de los Widmann. ¿Cuál es, entonces, la consistencia del derecho que les asiste?
Ahora que la UNE y la Gana van juntas a las próximas elecciones, parece que lo iniciado en el 2004 se termina de armar. Widmann es el apellido del cuñado del ex presidente Berger, de la Gana. Colom es el apellido del presidente actual, de la Une, partido que ahora se asegura, como todos, de agenciarse fondos de algunos señores-neofeudales, para la campaña. Esto implica garantizarles a los terratenientes el cuidado de la puerta de su feudo. Sin embargo, no queda claro eso del préstamo que el Banco Centroamericano de Integración Económica otorgara al gobierno de Berger para comprar las tierras donde ahora hay un ingenio y se asentó la población q’eqchi’ desalojada. Es de suponer que ese préstamo lo pagaremos todos, pero dice el Sr. Widmann que la tierra es de su propiedad. Y justo esa puerta fue la que cuidaron 500 efectivos armados, entre policías, ejército y guardias de seguridad privada. Saldo: un campesino muerto, Antonio Beb Ac. El Gobierno dice, como dijo el vocero de Lucas García luego de la masacre en Panzós, que los campesinos fueron los responsables y que el Gobierno sólo cumplió con su deber. ¿No es esto un síndrome de una enfermedad demasiado larga?
FUENTE: www.prensalibre.com