* Descabezamiento de cárteles. Los delitos cometidos por quienes integraban células al servicio de poderosos narcotraficantes (la distribución de droga fundamentalmente) han descendido, pero mientras las autoridades federales, estatales y municipales taparon esos hoyos delincuenciales ligados al crimen organizado, la lógica de determinadas bandas los obligó a desviar sus actividades hacia delitos tipificados dentro de la normatividad penal del fuero común ante la necesidad de dinero y armas.
La causa asumida por el poeta Javier Sicilia tras el asesinato de su hijo Juan Francisco y seis personas más (ocurrido entre el 27 y 28 de marzo del presente año) fue provechosa, pues el gobierno federal destinó cualquier cantidad de recursos financieros, humanos y técnicos a fin de encontrar a los asesinos. El Ejército Mexicano y la Policía Federal consignaron a los responsables de esas muertes, pero a la vez descabezaron a grupos surgidos en los mejores tiempos del encubrimiento institucional a ciertos capos, hoy abatidos o presos. Fue así como hemos constatado la disminución del narcomenudeo, pero incrementado el robo en todas sus modalidades, aunque destaca el asalto a mano armada y el robo de vehículos.
Hay quienes, en el afán de conseguir dinero rápido, se aventuran a cobrar “derecho de piso”, con saldos negativos, pues las autoridades estatales y federales intervienen a tiempo, siempre y cuando haya denuncias.
Lamentablemente, el secuestro está retornando a la entidad morelense, cuando lo creíamos erradicado. La incidencia de este delito de alto impacto se debe a lo mismo: al reacomodo de las células delincuenciales que quedaron vivas después del descabezamiento de algunas bandas criminales.
El robo en sus variados contextos provoca una delicada percepción social de inseguridad pública, que debe ser resuelta por las corporaciones encargadas de prevenir el delito a nivel estatal y municipal. Así, el pasado fin de semana escuchamos una declaración interesante a cargo de Aristóteles Martínez Mondragón, presidente de la Asociación de Empresas de Seguridad Privada, quien indicó que las 14 compañías dedicadas a este ramo y están afiliadas a su organización contrataron 500 agentes más en el primer semestre de 2011 respecto a los mil 600 que tenían hasta 2010, para atender el incremento en la demanda del servicio.
Y es que las potenciales víctimas han buscado alternativas a los servicios de seguridad pública municipal, estatal o federal, ante la falta de resultados para prevenir secuestros, extorsiones, asaltos y hasta homicidios.
Empero, déjeme decirle a usted que el tema no es desconocido para la sociedad morelense, pues data desde mediados de los noventa y por lo mismo es aceptado en forma realista por quienes invierten cantidades millonarias como precio de su seguridad personal. La latente inseguridad en Morelos (nadie puede negarla) provoca que los empresarios busquen sistemas de seguridad privados que les protejan de la delincuencia organizada y común, proyectándose como actores de una trama de la vida real, pero en analogía a las películas de James Bond. Aunque usted no lo crea, no sólo se comercializan ya en Cuernavaca sistemas de blindaje en carrocerías y vidrios de automóviles (una empresa es propiedad de alguien que fue víctima de los secuestradores), sino chips anti-secuestro que representan una mina de oro.
Por medio de una pequeña operación quirúrgica, el chip, de diseño israelí, se coloca bajo la piel y, a través de un sistema satelital, la persona susceptible de ser secuestrada es monitoreada constantemente y localizada en cualquier parte del mundo, en caso de concretarse el secuestro. Algunos de estos dispositivos se incrustan en el automóvil o en accesorios personales de la posible víctima.
También hay equipos que impiden que las llamadas telefónicas sean intervenidas, sistemas codificados de comunicación y detectores de micrófonos o cámaras ocultas; está incluso a la venta un programa de seguridad interactivo, en virtud del cual una persona en peligro puede oprimir el “botón de pánico” colocado en su vehículo, un dispositivo programado para enviar una señal vía satélite a un centro de operaciones donde se puede ver y escuchar todo lo que ocurre dentro del vehículo, e incluso hacer algunas maniobras, como ponerlo en marcha o apagarlo, abrir o cerrar las puertas y, si es necesario, entablar comunicación con los ocupantes.
La venta de estos y otros aparatos responden a un hecho innegable: el secuestro es un delito latente y que va en aumento, impulsado por las jugosas ganancias que arroja, además de servir en algunos lugares para financiar movimientos rebeldes. A escala mundial, México se ubica en el tercer lugar por el número de secuestros que se cometen, sólo después de Colombia y Brasil. ¿Cuándo se resolverá la grave situación de inseguridad en México y Morelos? Me parece que nadie, absolutamente nadie puede responder a esa pregunta.
Es así como volveré a retomar parte de una columna anterior, publicada el 6 de junio pasado, donde hice alusión a Eduardo Guerrero Gutiérrez, profesor e investigador de El Colegio de México, quien fue el autor del ensayo titulado “Los hoyos negros de la estrategia contra el narco”, difundido por la revista Nexos correspondiente a agosto de 2010. El experto señaló que “la política de desarticulación de cárteles (tal como lo concibe y ejecuta el gobierno mexicano) ha tenido tres efectos indeseados: genera o exacerba los ciclos de violencia, multiplica el número de organizaciones criminales y extiende la presencia de éstas en nuevas zonas del país”.
Agregó: “La desarticulación basada en el descabezamiento de liderazgos, no sólo impide la recuperación de espacios públicos buscada, sino que propicia la invasión de nuevos espacios por las organizaciones criminales. Los capos son detenidos o aniquilados después de ‘meses de trabajo’ de inteligencia, pero esas acciones generan olas de violencia que pueden durar semanas o meses, y con frecuencia culminan con la escisión del cártel descabezado, propiciándose el nacimiento de nuevas organizaciones”.
Por eso mismo, señoras y señores, estamos ante un asunto de nunca acabar.
FUENTE: www.launion.com.mx